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Cómo citar este artículo / How to cite this article:
Alonso, B. (2007: "Entre
lo popular y lo masivo. Aproximaciones a la prensa
moderna", en Revista Latina de Comunicación Social, 62, páginas / pages 85 a 101 . Recuperado el _____ de
__________
de _____ de:
http://www.revistalatinacs.org/200707Alonso_B.htm
DOI: 10.4185/RLCS-62-2007-733-085-101
[Revisor I:
Recomiendo la publicación del artículo presentado a
revisión,
Entre lo popular y lo masivo. Aproximaciones a la prensa
moderna,
no sólo por el repaso que de los años cruciales en la
aparición
de la llamada prensa de masas, realiza el autor, sino también
por
su reflexión sobre los dos conceptos que presiden el
título:
lo popular y lo masivo, y por el establecimiento clarificador del
contenido
del primero, con independencia de su relación estrecha
(revisada
también aquí) con el segundo. De la primera parte,
cabe
destacar igualmente el abordaje de las causas que se conjugaron en
el
paso de la prensa burguesa a la prensa de masas. De la segunda, la
exigencia
de no caer en la tentación de simplificar la relación
entre
lo popular y lo masivo aplicados a los medios de
comunicación,
y la insistencia, desde esa doble vertiente, en su papel creador de
identidades
sociales. Revisora II: El artículo presenta un recorrido cronológico, cuyo marco
teórico fundamenta la parte significativa de la revisión y el análisis de
esa metamorfosis que la prensa ha venido manifestando a lo largo de la
historia, y como bien lo dice su autor (a), esboza también con sutil
claridad las definiciones entre lo popular y lo masivo. Recomiendo su
lectura bajo un tono histórico, particularmente para aquellos que requieran
abordar en retrospectiva 'la prensa en su viaje a la modernidad'.]
Entre
lo popular y lo masivo. Aproximaciones a la prensa
moderna
Between
the Popular and the Mass. Approaches to Contemporary
Press
Recibido
el 22 de octubre de 2006
Sometido a pre-revisión el 22 de octubre de 2007
Enviado a revisión el 23 de octubre de 2007
Devuelto a su autor tras primera revisión externa el 27 de
febrero
de 2007
Sometido a segunda revisión el 28 de febrero de 2007
Aceptado el 9 de marzo de 2007
Publicado el 15 de marzo de 2007
Lic. Belén
Alonso © [C.
V.]
Becaria CONICET
Doctoranda
de
la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires,
Argentina Docente
e Investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)
mbalonso@fibertel.com.ar
Resumen: He
aquí
un intento de confeccionar una introducción necesaria a
través
de la sistematización de lecturas relevantes que hacen a la
historia
y debates sobre la prensa moderna en el vaivén de las
definiciones
sobre lo popular y lo masivo.
Palabras clave:
Periodismo; prensa moderna; cultura; masivo;
sensacionalismo; prensa amarilla.
Abstract:
This paper is an attempt to make a necessary introduction through
the
systematization of clasical readings that make to history and
debates
on the modern press in the swing of the definitions on the popular
and
the massive culture.
Keywords:
Journalism; Modern Press; Culture; Massive;
Sensationalism; Yellow Press.
Sumario:
1. Introducción: De lo que se trata, la opción por la
prensa.
2. Érase una vez
la gestación de la prensa
moderna.
3. Debates y Definiciones. 4. A modo de Colofón. 5.
Bibliografía.
6 . Notas
Summary:
1.Introduction: On opting for the press. 2. Once upon a time
the
genesis of the modern press. 3. Debates and Definitions. 4. To
Concluye.
5. Bibliography. 6. Notes
1.
Introducción:
De lo que se trata, la opción por la
prensa
Dice Martín-Barbero
y hago propias sus palabras, que hacer historia de los
procesos
implica hacer historia de las categorías en que los
analizamos
y de las palabras con que los nombramos. Lenta pero
irreversiblemente
hemos ido aprendiendo que el discurso no es un mero instrumento
pasivo
en la construcción del sentido (
) Y que hay conceptos
cargados
en tal modo de opacidad y ambigüedad que sólo su puesta
en
historia puede permitirnos saber de qué estamos hablando
más
allá de lo que creemos estar diciendo (
) Poner en
historia
los términos en que se formulan los debates es ya una forma
de
acceso a los combates, a los conflictos y luchas que atraviesan los
discursos
y las cosas (1987: 2).
Nuestras búsquedas también tienen su propia historia
que
no siempre es aquella que resulta de la escritura donde pretendemos
dar
cuenta de su reconstrucción. Largo sería recorrer los
caminos
que me llevaron al estudio de lo nacional y lo provincial, sus
identidades
y coexistencias problemáticas y de por qué hice de la
prensa
local mi vehículo. Aquí el norte que me guía es
sistematizar
algunas lecturas relevantes que hacen a la historia y debates (y
combates)
en torno a la prensa moderna. Su elucidación la doy en el
marco
de esa pseudodisciplina que construye módicamente sus
certezas
en el entrecruzamiento espurio de los discursos y los
métodos,
que lleva el nombre de ensayo (Terán, 1986).
La prensa no es un medio más. Su opción como objeto de
indagación
identitaria se basa en que es un particularísimo
vehículo
de integración a la nación y de recreación
cotidiana
de pertenencia local. Sobre lo primero, ya decía Anderson
(1983)
que la nación no hubiera podido existir sin un capitalismo de
imprenta,
fundamentalmente, de novelas y periódicos. Sobre lo segundo,
su
valor heurístico reside en que la prensa nos involucra
directamente
con los mismísimos desplazamientos que conjugan lo popular
con
lo masivo y las definiciones identitarias que de allí se
desprenden.
En esta línea, este tipo de objeto nos posibilita comprender
el
modo en que desde los medios masivos y en ellos (de por sí,
zona
particular de nuestra cultura) se trabajan la/s identidad/es, los
intercambios,
las relaciones que se prescriben y legitiman. De lo cual se van
modelando
las imágenes que los individuos y grupos tienen de sí
mismos
en tanto sujetos de una cierta cultura y un cierto orden social
(Mata,
1991).
En consecuencia, entiendo que la circulación de lo impreso y
sus
prácticas se sitúan en el seno de evoluciones
aún
mayores que han transformado la civilización europea
occidental
en el pasaje de finales de la Edad Media y la época
contemporánea
(Chartier, 1993). Eso ocurre con el proceso de civilización,
el
cual se articula sobre la construcción del Estado moderno y
las
formaciones sociales (Elías, 1987). De allí que
comprender
la forma en que una nueva manera de estar en el mundo ha podido
imponerse
a una sociedad entera exige por tanto prestar atención a los
lugares
sociales que la comunican. Y la prensa es una de ellos.
Esta presentación la he organizado sobre la base de una
división
doble. Encontrarán, por un lado, un bosquejo de la historia
de
la prensa moderna [1] y por otro, un compilado
de
los debates en tono a las definiciones de lo culto, lo popular y lo
masivo
. [2] Ambas apuestas la histórica
y
la teórica están profundamente conectadas entre
sí.
Esto es particularmente notable cuando observamos cómo en en
el
estudio de la prensa (diaria, periódica y dominical)
cohabitan
un conjunto de temas tales como el público lector así
como
otros productos que dan lugar a debate como el folletín, la
novela
y la literatura, en todos los casos atravesados por las definiciones
de
lo deseable, lo serio, lo culto, lo masivo y lo popular.
2.- Érase una vez
la
gestación
de la prensa moderna
2.1.
Preludio
Habermas
afirma que no puede decirse que haya prensa, en el sentido estricto
de
la palabra, hasta que la información periodística
regular
no se hace pública. Por vez primera, el acceso a un
público
general se dió para finales del siglo diecisiete
(Ídem,
1997). Sin embargo, existen algunos antecedentes que pueden ser
recuperados
desde las Actas Diurnas del César pasando por los folios a
mano
o avisos de la Edad Media, las hojas impresas con noticias
recientes,
el pasquín, el mercurio, el correo, el coranto y las gacetas
(Ford,
1987). La aparición y evolución de estas primeras
protoformas
de periodismo se producen en el contexto más amplio del
desarrollo
de las primeros géneros de comunicación escrita,
muchas
de las cuales se mantendrán vigentes hasta finales del siglo
dieciocho
y entrado el diecinueve (Barrera, 2004).
El recorrido general que nos lleva hasta lo que se denominó
prensa
moderna pasa por la convivencia y sobrevivencia de variados
productos
de lectura. Aún cuando éstos hayan sido parte de un
irregular,
pequeño y poco específico proceso, podemos pensar en
que
son los primeros antecedentes del particular tipo que aquí
tratamos.
Así, la popularidad del chapbook , [3]
los
libros de chistes, las baladas, los almanaques y los pliegos ya
suponen
un público lector así como una práctica de
lectura
que presupone relativa asiduidad previa a la consolidación de
la
prensa diaria moderna (Williams, 2003; Chartier, 1993).
El proceso de su expansión no fue igual, ni estable en todos
los
países, como no lo fue tampoco la creación de un
espacio
público de información y debate político y
social.
Por el contrario, este progreso tuvo poco de lineal y mucho de
zigzag
(Brigss y Burke en Barrera, 2004).
El peridismo moderno y la constitución de un nuevo
público
sólo pudo ocurrir en el siglo diecinueve (Williams, 2003;
Habermas,
1997) operando a través de varias instancias por momentos
superpuestas.
Momentos que tienen tanto que ver con la coyuntura económica,
política,
social y cultural como con el conjunto de transformaciones en las
tecnologías
de la comunicación. Esta prensa que va a germinar de la mano
de
la clase media liberal en el dieciocho presentará un
crecimiento
notable durante todo el 1800, para consolidarse en los primeros
años
del veinte gracias a novedosas características comerciales.
[4]
Efectivamente, la prensa en sus distintas versiones diaria,
dominical
y periódica sembró los cimientos de lo que fue
el
periodismo regular [5] al tiempo que
modificó
la base social de la literatura. Así el niño, la
mujer,
el pueblo, esas tres figuras fundamentales de la mitología
del
siglo XIX, simbolizan perfectamente esas nuevas clases de
consumidores
impresos, deseosos de leer por placer o por instrucción, por
diversión
o por estudio (Chartier, 1993: 28).
De tal suerte, en el entre siglo del dieciocho y veinte que contamos
con
la cronología de una revolución que va a configurar,
tanto
en Europa como en Estados Unidos, lo que se denominó etapa de
oro
del periodismo con su punto de esplendor en el lapso que va de 1870
a
1914 y que es la que aquí intentamos retratar.
2.2.
Primera y pionera
En un
reducido mapa sobre la prensa podemos atribuirle a Europa el
puntapié
inicial. Inglaterra es quien ve nacer el primer diario en 1702
el
Daily Courant una vez abolida la censura, post
revolución
en 1688 (Barbier y otros, 1999; Ford, 1987). Su Ilustración
influyó
en Francia y nutrió los principios de la revolución
francesa
(1789) favoreciendo, al mismo tiempo, el posicionamiento de la
prensa
como una nueva fuerza en toda la Europa continental. De allí
la
formación de la primera prensa europea: en Milán, con
el
primer periódico literario Il Café (1774-1776); en
Francia,
con Le Journal de París (1777) y luego, el decano de la
prensa
inglesa, The Times (1785).
Del lado americano, el primer periódico de tirada continua en
la
colonia fue el Boston News-Letter (1704) que contenía
noticias
financieras y del extranjero en un momento de severidad extrema por
parte
de la metrópoli inglesa. Ésta ejercía un gran
control
de la imprenta y llevaba adelante una política de censura,
con
impuestos de por medio, limitando ampliamente la libertad de
imprenta.
Aún bajo la dominación británica, para los
últimos
años del siglo, el número de periódicos se
acercaba
al medio centenar. Sus contenidos eran más ensayos que
noticias,
con una clara intención independentista. En el trajín
de
la revolución americana (1775-1783), los periódicos
clave
fueron el Pennsylvania Magazine y el Boston Gazette. Años
más
tarde, para 1783, fue el Pennsylvania Evening Post el primero de
Estados
Unidos libre (Weill, 1994; Barbier y otros, 1999; Barrera,
2004).
Para el mismo tiempo, en zona latinoamericana, México fue el
pionero
en la publicación de gacetas, hojas volantes que manifestaron
el
quehacer periodístico y establecieron una periodicidad fija.
En
1722 surge la Gaceta de México y Noticias de Nueva
España,
primera en aparecer en las colonias españolas seguida por una
secuencia
de publicaciones pioneras: la Gaceta de Guatemala (1729), la Gaceta
de
Lima (1743) y la Gaceta de La Habana (1764).
Dado que estos países aún estaban en busca de su
autonomía
se vieron nutridos de gacetas literarias y mercurios que,
especialmente,
operaban como vehículo del pensamiento ilustrado para
acaparar
a los letrados de la nueva sociedad. De allí el origen del
periodismo
criollo y emancipador: la Gaceta Literaria de México (1788);
El
Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico
e
Historiográfico del Río de la Plata (1801); la Gazzeta
de
Río de Janeiro (1808); la Gaceta de Caracas (1812) o La
Aurora
(1812) en Chile (Rómulo Fernández, 1943; Galván
Moreno,
1944; Prieto, 1988; Ford-Rivera-Romero, 1987).
Este proceso de instalación periodística da por
sentada
una tendencia que va de la censura a la flexibilización de
las
normas que erigen la libertad de prensa. La importancia de esta
medida
estriba en que hará posible el advenimiento de una etapa
nueva
en el desarrollo de la publicidad en el sentido habermasiano-
en
tanto que habilita, por vez primera, la penetración del
razonamiento
en la prensa, con lo que ésta se convierte en un
instrumento
que impele a que las decisiones políticas sean tomadas ante
la
nueva tribuna del público (Habermas, 1997: 95). En esta
línea,
uno de los hitos es el proceso que culmina con la abolición
de
la institución de la censura previa a fines del siglo
diecisiete,
los procesos revolucionarios de Estados Unidos [6]
y Francia [7] así como el reformismo
inglés
con la aprobación de la Libel Act (1792) y la
abolición
de la Licensing Act (1795) . [8]
Si bien es cierto que a medida que iban asentándose los
regímenes
liberales lo mismo sucedía con la prensa, cabe reconocer que
el
proceso de su consolidación se dio al modo burgués.
Vale
decir que la tendencia general fue una imitación del pionero
régimen
británico que con mecanismos de control impositivos -en
especial
para la prensa política- limitaba el mantenimiento o apertura
de
nuevos periódicos. En comienzo, los diarios políticos
estaban
por encima de cualquier otro y se caracterizaban por una
explícita
posición política o partidaria, buscaban rédito
político
o ideológico y tenían una activa participación
en
el escenario político (Barrera, 2004). Será este tipo
de
prensa una de las que va a comenzar un retroceso paulatino en
detrimento
de un prototipo diferente.
2.3.
Barata y moderna
Mientras
el siglo diecinueve sudamericano se caracteriza por un periodismo
revolucionario
que hacía que las publicaciones de diferente signo
político
se centraran en la emancipación; en Europa y América
del
norte el escenario periodístico estaba vinculado con una
serie
de factores que empiezan a perfilar cada vez con más fuerza
el
proceso de afianzamiento de la sociedad burguesa. Así, la
coyuntura
industrial apuntala el capitalismo burgués de la mano de la
consolidación
del industrialismo y su consecuente urbanización. Contexto
que,
junto con la ampliación de la democracia política y el
acceso
a la educación, favorece tanto la formación de un
nuevo
proletariado como el ascenso de una capa media.
Estos elementos hacen de ellos un nuevo público ávido
de
noticias, información y distracción. La
expansión
económica, más elevado índice de
alfabetización,
decadencia de la manufactura casera por impacto de la
producción
industrial, acrecentamiento del ocio, aparición de un vasto
sector
formado por dependientes de tiendas y por amas de casa que
podían
dedicar tiempo prolongado a la lectura sin descuidar sus
obligaciones
(Ford, 1987: 225) eran definiciones de la época. En
definitiva,
el escenario compuesto de nuevos intereses políticos y
económicos,
nuevas técnicas se llena de un nuevo público dando
vida
a una nueva prensa. Lo que se está gestando sencillamente es
una
nueva forma cultural cuyos efectos renovarán completamente el
espacio
social.
Del mismo modo que Habermas (1997) vincula la génesis
histórica
del modelo de publicidad burguesa con aquellos elementos que
constituyeron
un nuevo marco de relaciones ; [9] Dewey (1991)
hace
hincapié en los factores materiales que contribuyeron a crear
un
grado suficiente de consenso como para facilitar los orígenes
del
espacio público de la democracia. Y esto, porque democracia y
revolución
industrial son dos caras de una misma moneda. Son dos
fenómenos
de fondo sensibles a partir de un avanzado Siglo de las Luces que,
más
allá de sus diversas manifestaciones geopolíticas,
establece
como punto en común el triunfo de una nueva lógica
social
en donde la opinión pública ocupa un protagonismo cada
vez
mayor.
En esta línea, la prensa tanto diaria como periódica,
las
revistas y luego las novelas van a configurar un círculo
virtuoso
entre lecturas y competencias literarias de sus públicos.
Tanto
en Europa como en América, existe una relación
bastante
directa (aunque no proporcionalmente equivalente) entre los nuevos
productos
de lectura, los nuevos lectores y los procesos de
alfabetización
(Prieto, 1988). La prensa periódica seguramente sirvió
de
práctica inicial a los nuevos contingentes de lectores y
creció
al ritmo de ellos. Pero, la generalización del público
lector,
inicialmente compuesto por ciudadanos y burgueses, surgió
hacia
afuera a partir de la esfera privada y vehiculizada por una red
relativamente
gruesa de comunicación pública (Habermas, 1997).
El incremento en el número de lectores no sólo se
corresponde
con una considerable ampliación en la producción de
libros,
revistas y periódicos sino también con nuevos nudos
sociales
de una nueva cultura lectora. Al aumento de escritores, editoriales,
gabinetes
de lectura, bibliotecas que configuraban una particular vida
asociativa
se suma la integración geográfica que venía
siendo:
construcción de canales, rutas, sistemas de transporte y la
aparición
del ferrocarril en correspondencia con lo que es la primera
revolución
de los transportes (Ídem). La expansión de la prensa
entonces
no puede entenderse sin estos otros procesos dado que repercuten
tanto
sobre la cultura como sobre las prácticas. Se comienza a dar
lugar
a una rutina de lectura no sólo debido a una necesidad
creciente
de estar informado sobre lo que pasa puertas afuera sino
a
la creciente facilidad en la transportación de la
información
(Barbier y otros, 1999; Mattelart, 1998).
A contrapelo de lo que venía haciendo el periodismo
íntimamente
vinculado al partidismo político una aggiornada
propuesta
trató de darle al público lo que más le
interesaba:
noticias y de un nuevo modo . [10] Aún
cuando
el germen primero de semejante renovación databa de
antaño.
El camino iniciado por The Times (1785) en Inglaterra [11]
va a tomar forma con la creación de un nuevo modelo
periodístico
atribuido a Girardin.
Bajo su función de diputado en 1834 fundamenta su
visión:
Cuando el pueblo es soberano, es decente que el soberano sepa
leer.
Por unas pocas monedas, vamos a darle una educación...
(Barbier
y otros, 1999: 176). En consecuencia, el tono de la prensa de la
época
se torna costumbrista con algunas cuotas de pedagogía,
moralización
pero sin descuido del entretenimiento como atractivo. Los
propósitos
educativos provenían del brío de las Luces, sin
embargo,
poco a poco van dejando lugar a los aditamentos distractores (Ford,
1987).
La novedad periodística va darse en que está destinada
a
una audiencia ampliada, caracterizada por sus contenidos de
interés
humano y con un precio sostenido a base de la
especulación
sobre el mercado de publicidad. Este último elemento es clave
para
la concepción moderna de la prensa (Williams, 1971; Barrera,
2004).
Este modelo de periódico, nucleado en su cualidad de barato,
será
el adoptado por la mayoría de las otras publicaciones de la
época.
Su aparición de carácter industrial será
prácticamente
paralela en Estados Unidos y apenas posteriormente en Inglaterra
llegado
a posicionarse para 1840 dentro de los de mayor venta [12]
De uno y de otro lado del océano las apariciones de la nueva
prensa
son como siguen: en la América del norte, en 1833
apareció
la primera edición del New York Sun, vanguardista de la
prensa
barata de estos lares. Con un precio unitario de dos centavos
dominó
el mercado periodístico del país hasta finales del
siglo
diecinueve (Emery, 1966). Su pretensión de diario al alcance
de
la mano de un amplio público era explícitamente
manifiesto
en su lema Its shines for ALL (Brilla para
TODOS
en Barrera, 2004: 95). Luego aparecieron el New York Herald en 1835
y
el New York Tribune en 1841, mientras que en 1851 nace el tercer
gran
periódico The New York Times (Emery, 1966).
Por su parte, en Francia, La Presse va a ser el primer título
elaborado
con la lógica completamente industrial en 1836 por el mismo
Girardin
en competencia con Le Siècle, ambos definidos como
periódico
para tenderos (Ford, 1987). Aún cuando va a ser Le Petit
Journal
(1863) el que va a profundizar el camino iniciado. En Italia, por
1848,
surgió La Gazzetta del Popolo en rivalidad con La Gazzetta
Piamontesa,
que posteriormente se convierte en la actual La Stampa (Barbier y
otros,
1999).
Mientras que en Gran Bretaña, para la década de 1850
asienta
esta tesitura Telegraph con un ampliado público lector de
clase
media baja (Williams, 2003) y Gordon Bennett con su Morning Herald
destinado
a un público un poco más sofisticado (Barbier y otros,
1999).
Este avance en Latinoamérica recién se da para finales
de
1880 y comienzo de 1900 de la mano de La Nación de Buenos
Aires
o El Siglo de Montevideo. Pero es un hito la aparición de La
Prensa
(1870) como punta de lanza del nuevo periodismo, principalmente, de
matices
norteamericano (Saítta, 1998).
Fue el fundamento de la publicidad y del proceso de venta lo que
operó
como puntapié de toda una revolución mediática.
La
fórmula establecida por Girardin: es preciso reducir el
precio
de venta lo más posible para elevar al máximo la cifra
de
suscriptores; la publicidad le pagará al lector.
Colmará
la diferencia entre el precio de coste de un ejemplar y su precio de
venta
deficitario. Cuanto más bajo sea ese precio de venta y
más
alto el número de ejemplares, más caros serán
los
anuncios (Barrera, 2004: 91) es más que elocuente. Este
principio
anuncia los nuevos modos de hacer y publicitar la prensa
señalando
el camino a seguir en la comunidad mediática y
convirtiéndose
en axioma indiscutible de la actividad informativa entendida como
fenómeno
moderno.
El del precio viene a romper con el largamente sostenido argumento
de
que la base de la nueva prensa es producto de las leyes de
educación
y las campañas de alfabetización del siglo diecinueve,
gracias
a las cuales la gente común aprendió a leer.
Ciertamente
esto no es suficiente para explicar cómo se llevó
adelante
su incorporación a la comunidad de lectura. Si bien las
políticas
alfabetizadoras fueron tan relevantes como necesarias en tanto
constituyen
el sustrato básico en el cual opera la lectura, en una
primera
etapa no se puede hablar de un público lector masivo y, mucho
menos
en cuanto a lo que hace a prensa periódica.
En consecuencia es dable pensar que más allá de estas
claves
de interpretación, el punto verdaderamente crucial fue la
aparición
de un material de lectura más económico para la parte
ya
alfabetizada de la población. Como plantea Chartier: El
dato
más sorprendente es sin duda la transformación de la
circulación
del periódico. Caro durante un tiempo, vendido sólo
por
suscripción y, pese a las iniciativas de Girardin en el
decenio
de 1830, accesible sólo a una clientela relativamente
acomodada,
el periódico se vuelve, gracias a su costo rebajado, gracias
a
su amplia difusión asegurada por el ferrocarril y la posta,
gracias
a la venta por números, la más popular de las
lecturas.
Toda una gama de impresos nuevos, que no son libros, o no lo son
realmente,
es ofrecida entonces a los lectores recientemente
conquistados
(1993: 29).
Si bien el precio fue el detonador de un proceso de
ampliación
de la prensa, también coadyuvó que desde principio y
mediados
de siglo diecinueve se dio todo un conjunto de redefiniciones de las
cuestiones
operativas en pos de acelerar la tirada y aumentar la productividad.
Esto
supuso un cambio tecnológico que va de la estereotipia
pasando
por la prensa mecánica, las rotativas hasta las nuevas
técnicas
de ilustración y offset (Barrera, 2004; Williams, 2003;
Barbier
y otros, 1999). Asimismo, la creación de las primeras grandes
agencias
de prensa en el período que va de 1830 a 1850, en tanto que
los
grandes grupos de prensa se constituyen a partir de 1875, son
factores
que también colaboran. Esto, en base a un ya notable dominio
del
mundo de la papelería que se da en el pasaje del rollo
continuo
a la del papel de celulosa, la cual trae aparejado consecuencias
claramente
positivas a la economía y posicionamiento social de las
editoriales.
En consecuencia, la evolución técnica y organizativa
cristaliza
en el establecimiento del diario como institución financiera
independiente
que satisface diversos intereses de la clase media en su conjunto,
algunos
de corte pedagógico y otros más cercanos al tipo
político
(Barrera, 2004; Chartier, 1993). En todo caso, vale rescatar que lo
que
se da es que una proporción de lectura ocasional
-en
especial cuando se trata de panfletos, opúsculos y baladas-
está
marcándonos el traslado de las diversiones tradicionales
populares
al mundo del impreso así como el aumento de los intereses
sociales
y sobre todo políticos del nuevo público (Williams,
2003).
Este incipiente modelo en todos los casos fue catalogado como
popular
no sólo porque estaba destinado a un público cuali y
cuantitativo
novel, sino porque presentaba estructural y estéticamente
elementos
que se distinguían de los denominados serios.
Popular,
masivo versus culto y serio son categorías que -aún
hoy-
establecen distinciones y posiciones, distintos caminos posibles en
que
la prensa se vincula con la cultura. Cada definición es la
cristalización
de una compleja trama de relaciones históricas,
políticas,
económicas y culturales en pos de la definición de los
sentidos
de pertenencia que se prescriben en sus páginas.
2.4.
Popular y masiva. Sensacionalista y amarilla
En esta
línea, Sunkel (1985, 1987, 2002) dice que, junto con la
constitución
de una prensa popular de masas circunscripta a lo que él
denomina
matriz racional-iluminista se da un proceso de constitución
de
otra prensa popular que se caracteriza por su perfil
simbólico-dramático.
Ésta última se distingue precisamente por lo que la
matriz
racional-iluminista pretende erradicar de la cultura popular como
claros
vestigios de jardinería (Bauman, 1997).
Ambas matrices serán las que operen al interior de la prensa
moderna
para configurar perfiles contrapuestos en distintos tipos de
periodismo
vinculándose diferencialmente con sus lectores. Esto
cristaliza,
pasada la década del 80 y llegando a 1900, en lo que
Martín-Barbero
(1987) denomina como la segunda fase de la mutación de
sentido
de lo popular en masivo [13] junto a la
explosión
de la novela popular, del folletín y la novela por entregas.
Estos productos darán una mayor visibilidad de cómo lo
masivo
pasa a trabajar desde los mecanismos de reconocimiento a
través
de la explotación ideológica y comercial (Barbier y
otros,
1999). El caso particular del folletín es importante en la
historia
de la prensa catalogada popular ya que como hecho cultural significa
la
ruptura del mito de la escritura y logra desplazar la lectura del
campo
ideológico a las diferentes lógicas en conflicto tanto
en
el espacio de la producción como en el del consumo
(Martín-Barbero,
1987) [14]
Es en Francia donde especialmente se va a desarrollar como nuevo
género.
Su novedad tiene que ver con la forma en que vincula particulares
contenidos
con distribución. Sobre lo primero, su articulación
entre
periodismo y literatura es una especial manera de mantener, a
través
de lo imaginativo, el interés de los lectores (Ford, 1987).
Así
se ve nutrido por el melodrama, la novela pre-romántica y una
cuota
de sensacionalismo en sus temas y contenidos, abriendo la puerta a
un
mayor lugar para los diversos sucesos y relatos principalmente
policiales.
En cuanto a lo segundo, el folletín inicia el camino que
lleva
al periodismo del campo político a la empresa comercial, al
tiempo
que nace como el primer tipo de texto escrito en formato popular de
masa
(Martín-Barbero, 1987).
En sintonía, ante la necesidad de seguir seduciendo al
público
y de continuar ampliándolo, se adoptaron nuevas estrategias
vinculadas
a lo que fue la profundización de un proceso que
transformó
el periodismo. Entrados al 1880, de la mano de Pulitzer y Hearst,
Estados
Unidos va a tomar la punta con dos productos periodísticos
únicos
y diferentes: el diario sensacionalista (vinculado a
Pulitzer)
y el amarillista (en relación a los productos de
Hearst).
Muchas veces confundidos debido a que se encontraban bajo la misma
lógica
dramática-simbólica (Sunkel, 1985, 1987, 2002),
serán
adoptados predominantemente en Europa y América Latina [15]
una vez entrados en el siglo veinte (Duarte, 1948; Emery, 1966).
En Europa, Daily Mail (1896) , [16] Daily
Illustrated
Mirror (1903) de Inglaterra y Le Matin (1884) de Francia son
exponentes
de la línea de Hearst. La versión amarilla es antes
bien
una radicalización de las cualidades de la sensacionalista.
Básicamente,
adhiere a sus características pero el uso que hace de ellas
es
llevado al extremo, al punto de quedar al margen de toda
ética
(Emery, 1966). En consecuencia, su fórmula generaba rechazos
en
un público más exigente que pretendía
informarse
más allá de toda polémica (Ford, 1987; Barrera,
2004).
Por su parte, la prensa sensacionalista claramente marcó un
antes
y un después en el periodismo. Si desde un principio, la
prueba
del precio no dejaba dudas, en consecuencia, de aquí en
más
estas publicaciones serían aún más baratas que
las
anteriores lo que facilitaba el acceso a los contingentes de
inmigrantes
asentados principalmente en América (Barrera,
2004).
Por otro lado, la mayor importancia otorgada al rol del editor y,
consecuentemente,
a la diagramación, presentación de los textos y los
contenidos
fue clave. Hacia fines de 1800 los artículos se encontraban
organizados
en columnas sin ninguna licencia gráfica como tampoco
artificio
tipográfico. Las páginas se caracterizaban por
yuxtaponer
información, de columnas con títulos y otras sin
ellos.
Pero, gracias a los métodos expuestos en Estados Unidos, se
va
a ir ampliando la utilización de formas organizativas en la
presentación
de los textos a fin de incorporar grandes titulares, ordenamiento en
función
de criterios de importancia, tratamiento especial en la tapa, entre
otros
detalles (Barbier y otros, 1999, Ford, 1987).
A esta estrategia de presentación se le suma un particular
uso
del lenguaje. La escritura sencilla y fácilmente entendible,
incluso
para extranjeros con poco dominio idiomático, fue otra
innovación.
En consecuencia predominaba un uso coloquial, callejero y con
expresiones
comunes de repetida aparición (Barrera, 2004).
Para dar vida a estas cualidades, en materia de organización
empresarial
se habilitó una incipiente estrategia de trabajo en equipo,
especialmente,
entre redactores, corresponsales y reporteros. Todos los cuales
tenían
como claro objetivo el generar la noticia, incluso a
costa
de la provocación. De allí que la esencia de la
noticiabilidad
que enlaza el momento de escritura con el momento de
recepción
sea el motor de la prensa moderna: El acontecimiento es la
noticia
de un hecho presentado como excepcional, que será conocido
por
todos y que, precisamente, permitirá el golpe
periodístico
(
) Muy pronto el consumidor adopta la costumbre de informarse
cotidianamente,
y de estar legítimamente atento a la llegada de las noticias
más
recientes
(Barbier y otros, 1999: 182-183).
Esta forma de mosaico de noticias resulta un aspecto dominante de
asociación
e interconexión social puesto que logra convertirse en un
modo
de participación social que rebalsa el punto de vista
único
del lector (Mattelart, 1998). Aquí viene otro punto crucial,
que
es la identificación entre el lector y su periódico.
Este
no sólo buscaba ser portavoz de las inquietudes,
preocupaciones
y cuestiones de interés de la vida cotidiana de sus lectores
sino
que además, mediante una constante autopromoción,
tenía
como meta investir de valor y prestigio al producto y oblicuamente a
sus
lectores (Barrera, 2004). Esto se encuentra en estrecha
relación
con los modos en que los textos son recibidos y decodificados por
sus
lectores porque el mundo del texto y el mundo del lector se
encuentran
completamente interconectados (Chartier, 1999). Para ello, el
conjunto
de elementos mencionados compone un instrumento único de
contacto
entre una particular lectura y sus lectores. Fue precisamente toda
esta
miscelánea composición lo que le dio larga vida y
aceptación.
El resultado principal fue que las noticias se convirtieron en un
objeto
de consumo masivo. Si el final del siglo diecinueve señala el
triunfo
de la nueva prensa, el comienzo del veinte observa su
consolidación.
En el período previo y durante la primera gran guerra la
curiosidad
actuó como estimulante y los diarios populares de masas se
vieron
ampliamente beneficiados. Durante esos años, en Estados
Unidos
(quien presenta un sistema político fuertemente ligado al
periodismo)
con una población de noventa y dos millones, había un
ejemplar
por cada cuatro habitantes. Luego seguía Francia con un
ejemplar
cada siete para una población de treinta y nueve millones. En
tercer
lugar Gran Bretaña que, con una población similar a
Francia,
ostentaba un ejemplar cada ocho personas.
No obstante, la diferencia realmente extraordinaria era la capacidad
de
tirada: mientras Estados Unidos superaba los veinticuatro millones,
Francia
e Inglaterra apenas alcanzaban seis y cinco respectivamente (Barbier
y
otros, 1999: 184). Estos primeros años ven concentrar la base
industrial
de la prensa estableciéndose los primeros grupos
mediáticos.
Asimismo, se inauguran nuevas técnicas dando vida al formato
tabloide
con el uso de fotografías y cartelismo (Ford, 1987).
Pero he aquí que la moneda tiene dos caras. La
popularidad
junto al ingreso de las masas al escenario cultural hizo
de
esta prensa un objeto degradado (Habermas, 1997) en base a una
categorización
que mejor sería llamar borroneadura
[blotterature]
(Williams, 2003: 157). Distinciones que aprecieron desde un inicio
dado
que en el campo de la literatura secular se manifestó un
contínuo
entrecruzamiento de definiciones sobre lo que era un producto serio
y
aquel que no. De allí la atención sobre lo
deseable
y lo indeseable.
Juicios que, si bien no lograron determinar el desarrollo del campo
de
lectura en términos de su crecimiento y expansión,
sí
lo hicieron en términos de cualificar las piezas culturales y
a
sus consumidores. Punto realmente central si comprendemos
cómo
las lecturas y sus lectores viven día a día los
estigmas
(Goffman, 1969), los cuales pueden aprehenderse de las huellas que
esta
prensa, nacida de la modernidad, nos deja a mano en el
tránsito
histórico de nuestra cultura.
3.-
Debates y definiciones
3.1.
Distinciones
Asegura
Prieto (1988) que la coexistencia en un mismo escenario
físico
y en un mismo segmento cronológico de dos espacios de cultura
en
posesión del mismo instrumento de simbolización -el
lenguaje
escrito- debió establecer tanto zonas de contacto como de
fricción.
En Europa este espacio común de lectura se consolidó a
mediados
del siglo diecinueve luego de un proceso varias veces secular en el
que
los circuitos de lectura popular y la culta
habían
seguido direcciones distantes. El cuanto al fenómeno de la
prensa,
ésta tuvo como variante propia el registro de todos los
consumidores
regulares de la alta cultura letrada no familiarizada directamente
con
las prácticas masivas de alfabetización.
La prensa moderna vino a ofrecer un novedoso espacio de lectura
potencialmente
compartible así como la tendencia a la nivelación de
los
códigos expresivos propios de los distintos segmentos de la
articulación
social (Ídem). Sin embargo, esta supuesta
democratización
cultural se fundó en modelos, consumos y prácticas que
sostienen
las distinciones, que habilitan volver a pensar y repensar la
definición
misma de la diferencia social (Chartier, 1993). Y ninguna
cuestión
es más central en la historia de nuestra cultura y en sus
análisis
que aquellas que nos llevan a los argumentos sobre la calidad, la
cantidad
y sobre las definiciones identitarias que de allí se
desprenden.
En esta línea, la prensa y sus lectores no están al
margen
dado que, como precisa Mannheim, las actitudes de la gente
hacia
los objetos culturales siguen el paradigma de las relaciones
básicas.
Cuando el orden político y social está fundamentado en
la
distinción entre tipos humanos más altos y
más
bajos, se establece una diferenciación análoga
entre
los objetos del conocimiento y el goce estético (1957:
184).
La nueva etapa caracterizada por la reproductibilidad técnica
(Benjamín,
1936) logró transformar tanto los modos en que es llevada
adelante
una creación como la forma en que los sujetos perciben la
realidad
y experimentan las obras de tal creación. Según
Hobsbawm,
la novedad consistía en que la tecnología impregnaba
de
arte la vida cotidiana privada o pública. En consecuencia
Nunca
antes había sido tan difícil escapar de una
experiencia
estética. La obra de arte se perdía en una
corriente
de palabras, de sonidos, de imágenes, en el entorno universal
de
lo que un día habríamos llamado arte.
¿Podría
seguir llamándose así?... (1997: 513-514).
Esta situación es evidente a lo largo de los siglos
recorridos
de formación de un público lector en donde se
establece
un patrón que luego se repetirá a otra escala: el
firme
crecimiento de un lector aficionado de literatura, filosofía
y
obras similares asociado a un perfil denominado culto y,
paralelamente,
un más veloz crecimiento de un público interesado en
una
lectura más ocasional y efímera, designado como
popular.
De aquí en más aparece una de las primeras rupturas
que
opone y diferencia a los detentadores del saber de los carentes de
él.
Lo que cristaliza en las dicotomías culto versus
popular,
moderno versus tradicional y, más tarde, en la
supuesta
contradicción entre creación y consumo.
Esta conflictiva relación entre la cultura de unos
pocos
y de la mayoría aparece sostenida por un lado, en
la
firme apuesta de la minoría que se cree iluminada y por otro,
en
el enfoque externo, colectivo y cuantitativo que la segunda busca
erigir
(Chartier, 1992). Y esto porque desde el inicio que se designa algo
como
popular se instituye por y en el discurso una
diferenciación
con respecto a una posición-situación que es la de un
enunciador
todopoderoso gracias a un saber que afirma y conquista, de frente al
ignorante,
a quien habla (Bolleme, 1990: 59).
Según Martín-Barbero, va a ser esta distinción
la
cristalización del sentido que adquiere el pueblo
según
el proyecto del Iluminismo, que tendrá como dispositivo
central
una inclusión abstracta y una exclusión concreta, es
decir,
la legitimación de las diferencias sociales. Diferencia que
da
vida a las categorías de culto y popular en base a un modo
específico
de relación con la totalidad social que es el de la
negación,
la de una identidad refleja, la de aquello que está
constituido
no por lo que es sino por lo que falta (1987: 16). Lo popular
como
in-culto, lo popular como lo carente.
Tomar en consideración la dimensión popular implica,
entonces,
tomar conciencia de que el discurso pronunciado es uno
político.
Y esto es así porque popular designa y marca un objeto a
partir
de su uso en adjetivo (la prensa popular, la cultura popular, etc.)
y
en este proceso de calificar lo hace en base a un criterio de
distinción
exógeno. Asimismo, lo popular como sustantivo ha venido a
designar
un conjunto cultural particular por sus condiciones de
producción,
de circulación o de consumo. En ambos caminos, el
interés
por lo popular siempre es político o resultado de una
política
a partir del momento en que se declara la marginalidad, la distancia
y
la diferencia (Bolleme, 1990).
3.2.
La distinción de lo popular
¿Cómo
responder a la cuestión sobre la distinción, al decir
de
Burke (1984), entre la cultura que procede de las personas
corrientes
y la cultura para las personas corrientes proporcionada por otras
personas?
¿Cómo asumir que si todos los miembros de una sociedad
tuvieran
la misma cultura, no sería necesario utilizar el
término
cultura popular? (Burke, 1991) ¿Cómo operan estas
distinciones
en la prensa y sus públicos?
La convivencia de la prensa con los diversos productos culturales de
la
época se nutren de lo que es su esencia: reflejar las
diferencias
culturales y políticas. Esto no sólo por necesidad de
distinción,
sino por ser hija del modelo liberal que promueve dar curso a la
pluralidad
de la expresión (Martín-Barbero, 1987). De
allí,
desde sus comienzos quedará presa de posiciones encontradas,
será
seria o será popular. Sea como sea, ésta última
quedara
bajo las críticas tanto de aristocrátas como de
liberales
progresistas que verán en ella una obra efímera y
superficial,
de mal gusto e innecesaria. Críticas y prejuicios que llegan
hasta
nuestros días reactualizadas en diferentes rótulos que
establecen
las diferencias entre culto y popular, popular y masivo, lo de buen
gusto
y lo carente de él.
Claro es el aporte de Hall (1984) con una doble clasificación
de
lo que se entiende por popular, delimitando por un lado, una
perspectiva
descriptiva y por otro, una contemporánea definición
de
mercado como síntesis de la transformación
histórica
sufrida por el concepto que fue desde lo popular como propiedad del
pueblo
a lo hecho para el pueblo (Burke, 1991).
En la primera, lo popular se acerca a una definición
antropológica,
identificándose con la cultura, movilidad, costumbres y
tradiciones
del pueblo, sus estilos de vida, prácticas cotidianas [17].
Esta vertiente maneja tres ejes nominales y semánticos
apoyados
en lazos naturales de tierra y de sangre: folk, volk y peuple
cristalizando
en las díadas pueblo-tradición,
pueblo-raza
y pueblo-nación (Martín-Barbero, 1987).
Esta
perspectiva se basa en un inventario, una lista infinita de lo que
virtualmente
el pueblo haya hecho alguna vez. Ciertamente, encuentra su
límite
en que no puede reducirse en una sola categoría el conjunto
de
todas las cosas que el pueblo hace (o ha hecho) sin ningún
tipo
de distinción analítica.
La crítica a su coleccionabilidad se basa en que en el mismo
momento
que se las rescata como cultura, se las reduce y minimiza,
contentándose
con mirar la belleza del muerto. Así, estas
incoherencias
son (
) la contracara de nuestra impotencia para encontrar la
coherencia
de una totalidad cultural: he aquí a nuestros primitivos. De
aquí
resulta, y eso es más grave, una descalificación del
objeto
así clasificado, resituado y, de aquí en más,
pacificado
(De Certeau, 1999: 61).
De tal suerte, los románticos se vuelven cómplices de
los
ilustrados. Al decidir que lo específico de la cultura
popular
reside en su fidelidad al pasado rural, se ciegan a los cambios que
la
iban redefiniendo en las sociedades industriales y urbanas. En
consecuencia,
suprimen la posibilidad de explicar lo popular por las interacciones
que
tienen con la nueva cultura hegemónica. De tal suerte, el
pueblo
es rescatado pero no conocido (García Canclini,
1990:
199).
La originalidad de la cultura popular para los románticos
residiría
esencialmente en su independencia, en la ausencia de
contaminación
y de comercio con la cultura alta, oficial (Bajtin, 1987) o
hegemónica
(Gramsci, 1972, 1974, 1986). Entonces, el pueblo importa pero, a fin
de
legitimar el orden burgués y valorado como lugar de lo
in-culto,
de lo necesitado. Como tal, este pueblo es concebido como un todo
homogéneo
y autónomo que, a través de su creatividad
espontánea,
pone de manifiesto el modelo de vida al que se debería
regresar
por su autenticidad y frescura:
el pueblo es un
niño
al cual conviene mantener en pureza original
Pero los
aficionados
esclarecidos pueden preservar en el estante de curiosos
de
sus bibliotecas las colecciones de los folkloristas
(
)
El
interés del coleccionista es correlativo de una
represión
que exorciza el peligro revolucionario
(De Certeau,
1999:
53).
La segunda mirada sistematizada por Hall (1984) supone pensar lo
popular
desde los productos que son consumidos (escuchados, leídos,
vistos,
comprados, etc.) por la masa y que ésta disfruta al
máximo.
Aquí se presume que lo popular, desde los medios masivos, es
lo
que se vende a granel, lo que gusta a multitudes. Perspectiva que se
basa
en otra lógica, la de la popularidad. Antes que el resguardo
de
lo popular como cultura o tradición, a la industria cultural
lo
que le interesa es construir y renovar el juego simultáneo
entre
emisores y receptores (García-Canclini, 1990).
En esta mirada se concentran las mayores asociaciones sobre
definiciones
de la prensa moderna y sus lectores. Al mismo tiempo es esta
reorientación
devenida en consumista la que ha sido considerada como algo
históricamente
anticultural. Este equívoco se fundamenta en la idea de que
la
cultura masiva vendría a sustituir o deformar lo culto y
hasta
lo popular tradicional de la que se desprende, paralelamente, una
visión
peyorativa en donde lo popular ya no se define por lo que el pueblo
es
sino por lo que le resulta accesible, le gusta o usa con frecuencia.
Postura que se diferencia de la romántica ya que lo popular
se
le es dado al pueblo desde afuera. De allí que,
únicamente
un enorme estrabismo histórico (Bourdieu, 1988) o sólo
un
profundo etnocentrismo de clase (Grignon y Passeron, 1989) que niega
a
nombrar lo popular como cultura, crea y recrea en la cultura de masa
una
imagen de decadencia y vulgaridad de la alta cultura o bien una
desnaturalización
de la popular.
Este sentido de lo popular, a su vez, está vinculado
estrechamente
a la idea de manipulación y envilecimiento del pueblo a
través
de una forma actualizada de opio del pueblo o falsa conciencia. Esta
visión
instrumentalista y teleológica imagina omnipotentemente el
poder
de los medios y de los productores culturales por sobre un conjunto
de
destinatarios pasivos, lo cual redunda en la denominada sociedad de
masas.
Sin embargo, más allá de que estas presuposiciones no
son
suficientes para explicar la complejidad sociocultural, cabe
recordar
que antes de ser un fenómeno específicamente cultural
o
de comunicación, la masificación se ciñe a todo
un
proceso económico y político del siglo diecinueve: la
aparición
de las masas en el escenario social [18]
Si bien la noción de cultura masiva surge cuando la sociedad
ya
hacía tiempo estaba masificada, el sentido del término
masa
que se cuela aquí concretamente se acuñó para
denominar
al populacho a partir las tres tendencias que mencionáramos
anteriormente:
la concentración demográfica en las ciudades
industriales,
la concentración obrera en las fábricas y la
organización,
autoorganización de la clase obrera (Williams, 1982). Este
triple
proceso cristaliza en la visibilidad de la masa en las urbes y
coadyuva
a la disolución del sistema tradicional de diferencias
sociales.
A propósito, este movimiento puede percibirse desde un
sentido
plural y de otro singular (Martín-Barbero, 1984). Respecto
del
primero -las masas-, en cuanto nueva fuerza histórica, nueva
clase
sostenida desde el pensamiento de izquierda. Este primer abordaje se
escinde
en dos vertientes, la anarquista y la marxista que darán un
uso
distinguible de lo popular y del pueblo que llevará a la
disolución
del término desde ambos caminos. En cuanto al segundo
la
masa-, es considerada como una dispersa colectividad de individuos
aislados
y amorfos. Proveniente de líneas de derecha, esta mirada a
grandes
rasgos señala la novedosa tendencia igualitaria sostenida por
la
pasión democrática que cristaliza en amenaza latente
para
y desde dentro de la sociedad.
Tanto las masas como la masa oculta el hecho de que existen personas
reales,
que viven y crecen de diferentes maneras más allá de
las
prácticas fijas que presuponen. En consecuencia, nos obliga a
entender
nuestra/s cultura/s compuesta/s por compartimentos estancos sin
puntos
de contacto.
3.3.
Lo masivo desde lo popular
La cultura
mediática no se identifica ni puede ser reducida a lo que
pasa
por o en los medios masivos ya que es algo que los trasciende en
tanto
es un principio de comprensión de nuevos modelos de
comportamiento
cultural (Mata, 1991). Si originariamente reconocemos que la cultura
popular
nace de la forma de vida local y necesariamente cambia con ella,
ciertamente
debemos presuponer que el aumento de la instrucción, el
poderío
del Estado-Nación y la ascensión del capitalismo
comercial
transformarían todas las dimensiones de nuestra cultura.
Tales cambios son los que hacen que en la actualidad no pueda
pensarse
lo popular sin su articulación con lo masivo como tampoco sin
la
relación con las mediaciones sociales y los mediadores
(Martín-Barbero,
1987). Pues, si lo hacemos estamos perdidos en la
masificación.
Masificación que es históricamente una
mediación
que incomunica dado que produce la separación de dos gustos
y,
al mismo tiempo niega dicha diferencia (Ídem, 1984).
Masificación
que, además, es la concretización de un proceso de
inversión
del sentido de lo popular en el preciso momento histórico en
que
la cultura popular apunta a su constitución en cultura de
clase.
Y esto porque esa misma cultura va a ser minada desde dentro, hecha
imposible
y transformada en cultura de masa (Ídem, 1987) [19]
En consecuencia, debemos admitir que lo popular y lo masivo no se
encuentren
enfrentados sino que deben ser pensados y estudiados en completa
interrelación
aumiendo que lo masivo se ha gestado lentamente desde lo popular.
Pensar lo masivo como una externalidad de lo popular,
únicamente
puede ser asumido desde una posición folklorista o desde una
perspectiva
de dominación social. La primera, en pos de preservar
lo
auténtico pensando el cambio como una
deformación
de su pureza original. La segunda, abordando las
reacciones
populares inducidas desde las clases dominantes. En ello, ambas
posturas
pierden algo imprescindible en el estudio de la sociedad, la cultura
y
la identidad: la historia junto con la opacidad, la ambigüedad
y
la lucha por la constitución de un sentido que esa misma
ambigüedad
cubre y alimenta. Historia que, por el contrario, es la que permite
reconocer
los desplazamientos respecto de la metamorfosis que ha sufrido la
conceptualización
de lo popular en masivo.
En cambio, tomar lo popular y lo masivo en estrecha relación
implica
dar cuenta, en principio, de que no son dos compartimentos estancos,
por
el contrario. En el estudio de lo popular es necesario incluir
(
)
no sólo aquello que culturalmente producen las masas, sino
también
lo que consumen, aquello de que se alimenta; y (
) pensar lo
popular
en la cultura no como algo limitado a lo que tiene que ver con su
pasado
y un pasado rural, sino también y principalmente
lo
popular ligado a la modernidad, el mestizaje y la complejidad de lo
urbano
(Martín-Barbero, 1987: 47). Porque lo masivo no es algo ajeno
o
externo a lo popular, sino que la cultura masiva es una
modalidad
inesquivable del desarrollo de las clases populares en una sociedad
que
es de masas (García-Canclini, 1987: 5).
Entender lo popular y su vinculación con lo masivo hoy, puede
sostenerse
desde una definición dinámica y procesual, abordando
la
relación entre medios y culturas populares bajo la
asunción
de la complejidad de las propias mediaciones así como del
doble
movimiento del que está hecha toda cultura popular: el de
contención
y el de resistencia (Hall, 1984).
Esta pretensión de delimitación conceptual no busca de
ningún
modo establecer la autenticidad o la integridad orgánica de
la
cultura popular, más bien, reconoce que casi todas las formas
culturales
serán contradictorias en este sentido, compuestas por
elementos
antagónicos e inestables. El significado de una forma
cultural
y su lugar en el campo cultural no se inscribe dentro de su forma,
ni
su posición es siempre la misma. Sino que la lucha cultural
adopta
variadas formas de incorporación, tergiversación,
resistencia,
negociación y recuperación (Ídem).
Los antecedentes de esta visión dinámica y compleja
que
retoma y reaviva ejes centrales del pensamiento gramsciano
pueden
encontrarse en los trabajos de Le Goff (1983, 1979) [20]
quien hace especial hincapié en una aproximación a la
cultura
popular desde la vinculación entre diálogo y
conflicto.
Precisamente, su innovación estriba en el rescate del
dinamismo
propio de los procesos culturales, pensados a partir de una
dialéctica
entre el cambio y la permanencia, la resistencia y el intercambio. A
propósito
de lo que es releído de la teoría de Gramsci (1986,
1976,
1972) en sintonía con las culturas populares, dos son los
conceptos
en los que se pone el acento, a saber: hegemonía y folklore.
Respecto del primero, éste ofrece una mirada que invalida las
concepciones
externas a los procesos de imposición ya que no hay
hegemonía,
sino que ella se hace y deshace, se rehace permanentemente en un
proceso
vivido. Y este proceso no es únicamente de fuerza sino
también
de sentido. De allí que el espacio cultural sea pensado como
un
espacio de disputa y conflicto.
En torno al folklore, éste es considerado como una
concepción
del mundo y de la vida de determinados estratos de la
sociedad;
como una concepción del mundo no sólo elaborada
y
asistemática, también múltiple
(Ídem,
1972: 329-330). Asimismo, como reflejo de las condiciones de la vida
cultural
del pueblo que se encuentra en oposición a la versión
oficial
o, en sentido ampliado, a las concepciones de los sectores cultos de
la
sociedad.
Por lo tanto, el valor de lo popular no reside en su autenticidad
sino
en su representatividad sociocultural, es decir, en su
capacidad
de materializar y de expresar el modo de vivir y pensar de las
clases
subalternas, las maneras como sobreviven y las estratagemas a
través
de las cuales se filtran, reorganizan lo que viene de la cultura
hegemónica,
y lo integran y funden con lo que viene de su memoria
histórica
(Martín-Barbero, 1987: 85).
Esta idea de lo popular queda manifiesta en la propuesta
teórica
que Hall (1984) hace a partir de una tercera
conceptualización
que conjuga las dos desechadas descriptiva y de mercado. Una
definición
que contempla aquellas formas y actividades cuyas raíces
estén
en las condiciones sociales y materiales de determinadas clases.
En este sentido, lo esencial para la definición de la cultura
popular
son las relaciones que precisan a ella misma en tensión
continua
(relación, influencia y antagonismo) con la cultura
dominante.
Es un concepto de la cultura que está polarizado alrededor de
esta
dialéctica cultural. Por ello las trata como proceso:
el
proceso por medio del cual algunas cosas se prefieren activamente
con
el fin de poder destronar otras. Tiene en su centro las cambiantes y
desiguales
relaciones de fuerza que definen el campo de la cultura; esto es, la
cuestión
de la lucha cultural y sus múltiples formas. Su foco
principal
de atención es la relación entre cultura y cuestiones
de
hegemonía (Martín-Barbero, 1984: 6-7).
La cuestión entonces puede ser repensada desde las
concepciones
foucaultianas sobre el poder (1992). Ya que este nudo teórico
no
se supera sencillamente por admitir que los sujetos son menos
víctima
o que se vinculan un poco más complejamente con lo que
consumen.
En esta línea, retomando la clasificación
crítica
de Hall (1984), tampoco es útil pensar en
contraposición,
una propuesta heroica de una cultura popular realmente alternativa o
auténtica
que esté por fuera del campo de la fuerza de las relaciones
de
poder cultural y de dominación. Porque los sectores populares
no
son ajenos a los juegos de poder, coparticipan en las relaciones de
fuerza
desde diversas líneas de acción [21]
Desempolvado el enfoque gramsciano, popular designa la
posición
de ciertos actores en el drama de las luchas y las transacciones, en
consecuencia,
no se definiría por su origen o sus tradiciones, sino por su
posición
encontrada con la hegemónica. Entonces, la
cuestión
decisiva es entender a las culturas populares en conexión con
los
conflictos entre las clases sociales, con las condiciones de
explotación
en que estos sectores producen y consumen
(García-Canclini,
1982: 67).
A la sazón, pese al valor de esta redefinición de lo
popular
por su oposición a lo hegemónico, ésta no
siempre
es clara a la hora de entender sus transformaciones en un mundo
masificado,
principalmente, cuando se interpreta rígidamente la
dicotomía
hegemonía-subalternidad y se sustancializa cada
término.
El resultado es que la cultura popular es caracterizada por una
capacidad
intrínseca de oposición a los dominadores.
Por lo tanto, contra la exaltación de este rescate, cabe
asumir
que las culturas populares no están evidentemente
detenidas
en un alerta perpetuo ante la legitimidad cultural, pero tampoco hay
que
suponerlas movilizadas día y noche y en alerta contestatario.
También
descansan (Grignon y Passeron, 1989: 75).
De allí una inversión conceptual que redunda
nuevamente
en la externalidad, se pasa de una dominación pasiva a una
capacidad
de impugnación ilimitada bajo el supuesto de que la cultura
hegemónica
sólo domina y la cultura subalterna sólo resiste. De
lo
cual se vuelve difícil reconocer la interpenetración
entre
lo hegemónico y lo popular, y los resultados ambivalentes que
produce
la conjugación entre ambos. Sin embargo, cabe reconocer que
no
toda asunción de lo hegemónico por lo subalterno es
signo
de sumisión como tampoco el mero rechazo significa
resistencia.
Asimismo, que no todo lo que viene de arriba son valores
de
la clase dominante, pues hay cosas que viniendo de allá
responden
a otras lógicas que no son las de la dominación
(Martín-Barbero,
1987).
En síntesis, pensar lo popular desde lo masivo supone, por un
lado,
reconocer que el estudio de la sociedad y la cultura requiere de un
abordaje
histórico (Williams, 1982) que pueda dar cuenta de la
opacidad,
la ambigüedad y la lucha por la constitución de sentido;
por
otro, reubicar lo popular como parte de la memoria constituyente del
proceso
histórico (Hall, 1984).
Por lo tanto, apreciamos la denominación de lo popular
atribuida
a la cultura de masa ya que si bien opera como un dispositivo de
mistificación
histórica también plantea por primera vez la
posibilidad
de pensar en positivo lo que les pasa culturalmente a las masas.
En consecuencia la cultura debe ser estudiada, como dijéramos
párrafos
arriba, en términos articulados a la modernidad, el mestizaje
y
la complejidad contemporánea, para lo cual consideramos que
el
valor heurístico de la prensa reside en que ésta, como
objeto
de indagación, nos involucra directamente con los
mismísimos
desplazamientos que conjugan lo popular con lo masivo.
Asimismo, siguiendo a De Certeau (1996), ésta no sería
la
única de sus virtudes ya que también permite
adentrarnos
en las tácticas como al desarrollo y uso
alternativo
de los medios de comunicación masiva más allá
de
su mera reproducción convencional. En tanto que,
también
posibilita la comprensión de lo que de veras pasa en sus
lectores
ya que no es un mero informarse de lo que acontece en el día
a
día, significa, principalmente, saber qué está
ocurriendo
con nosotros y los otros. En definitiva, es a través de las
mediaciones
y los mediadores que vamos a poder bucear en los múltiple y
complejos
procesos de cómo se construye/n la/s identidad/es.
4.-
A modo de colofón
Dado
que consideramos que nuestra contemporaneidad está hecha de
rupturas,
discontinuidades, transformaciones, así como lo dice Williams
de
formaciones sociales, y estructuras del sentimiento, de memorias e
imaginarios
que revuelven lo indígena con lo rural, lo rural con lo
urbano,
el folklore con lo popular y lo popular con lo masivo
(Martín-Barbero
1987: 10). Tal conjugación de lógicas y espacios crean
y
recrean nuevos lugares de interpelación y reconocimiento
exhortándonos
a introducirnos en la complejidad de que está hecha la trama
en
que se inscribe nuestro tiempo.
En esta línea, el estudio a través de la prensa
sobre
todo, del tipo específico del que habláramos en
primer
lugar nos permite pensar articuladamente lo popular y lo masivo. Al
mismo
tiempo, nos transporta a inmiscuirnos en la vida diaria de los que
practican,
hacen y consumen la cultura de todos los días, ya que esta
prensa
habla de y sobre lo que sucede en el ámbito más
íntimo
de sus lectores. Es decir, por un lado, nos permite reflexionar
acerca
de los modos en que el periodismo masivo y comercial reorganiza el
resto
de la cultura, por otro, habilita a inmiscuirnos en la rutina diaria
de
las prácticas de lecturas de un producto de amplia
difusión
y llegada. En definitiva, la prensa aparece como un espacio de
articulación
entre el ámbito público o social y el privado o
doméstico,
es decir, donde lo macro y micro se encuentran
cotidianamente.
Así, el imaginario desplegado en los medios de los que
la
prensa es parte configura un territorio simbólico donde
se
negocia el orden de lo social y se traman relatos de identidad.
Relatos
que son cristalizaciones provisionales que se constituyen como una
herramienta
y camino heurístico, como un modo de acercamiento a la
combinación,
convivencia y coexistencia de las definiciones identitarias y de las
complejas
alternativas de existencia, de lo popular, lo masivo y sus actores.
Los conflictos que articula la cultura, al menos en los
términos
hasta aquí expuestos, deben pensarse a través de su
imbricada
vinculación de lo masivo y lo popular asumiendo las
mediaciones
a través de las cuales se construye identidad. Esto sin
perder
de vista que la cultura de masa busca negar los conflictos a
través
de los cuales la cultura popular es. Negación que nutre la
indefinición
de lo popular que, como nos hace pensar De Certeau, no puede ser
nombrado
sin nombrar a su vez aquella que lo niega y frente a la que se
afirma
a través de una lucha desigual y con frecuencia ambigua.
Entonces, preguntarnos por lo popular hoy nos convoca, por un lado,
a
mirar hacia lo masivo y conceder que lo masivo no es algo externo
que
venga a invadir y corromper lo popular, sino por el contrario, es el
desarrollo
de ciertas virtualidades ya inscriptas en la cultura popular desde
tiempo
atrás -al menos desde el siglo dieciocho y diecinueve-.
5.-
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6.
Notas
[1]
A fin de reponer la cartografía tan diversa como
amplia,
dispersa y huidiza del periodismo universal he seguido autores
como
Williams (2003, 1982, 1981, 1980, 1971, 1962) que ha sido definido
por
otros (Habermas, Stevenson, Barbero, por ejemplo) como decisivos a
la
hora de ofrecer una historia social de la prensa europea en general
y
británica en particular. El caso de Zeitlin (1994), Chartier
(1993)
sobre Francia tanto como Wiell (1941; 1994), Barbier (1999) y 2
Barrera
(2004) que también nos introducen en Italia, Alemania y
Rusia.
Mientras que en el caso de Estados Unidos repuse principalmente el
clásico
trabajo de Emery (1966).
[2] Preocupados por estas cuestiones destaco
no
sin múltiples olvidos los clásicos trabajos de
Hoggart
(1972), Gramsci (1972), Brunori (1980), Chartier (1993), Zeldin
(1994),
De Certeau (1999), Williams (2003, 1992, 1982, 1981, 1980, 1971),
Sunkel
(1985, 1987, 2002), Bolleme (1990), Grignon y Passeron (1989) y de
la
producción argentina, Prieto (1988), Rivera (1980 a y b,
1981,
1982), Romero (1986), Ford-Rivera-Rommo (1985), Sarlo (1985, 1983b),
Sidicaro
(1993), Gutiérrez-Romero (1995) y Saítta (1998), entre
otros.
[3] Eran libritos o folletos con cuentos
populares,
versos, baladas etc. vendidos por buhoneros o mercachifles.
[4] De allí su posicionamiento por sobre
la
prensa radical y obrera de corte fundamentalmente
ideológica
y política- a principios de 1900 (Williams, 2003; Hall, 1984;
Saítta,
1998; Sidicaro, 1993) y por sobre la dominical, recién para
1930
(Williams, 2003).
[5] La cotidianeidad en torno al diario
prefiguradora
de nuestra contemporánea lectura de todos los
días
se asentó definitivamente para el 1900 tanto en Europa
(Williams,
2003) como en América y Argentina (Barbero, 1987;
Ford-Rivera-Romano,
1987; Prieto, 1988; Alonso, 2004).
[6] La prensa libre fue consustancial a la
formación
del país y desde antes de la aprobación de la
Constitución
de 1789 los Estados habían aprobado declaraciones en las que
afirmaban
la necesidad y defensa de una prensa libre (Barrera, 2004).
[7] El gobierno jacobino no admitió la
libertad
de prensa lo cual sembró el precedente desde donde
Napoleón
se basó para controlarla. Su dominio recordaba al absolutismo
pero
con una retórica de apariencia liberal (Barbier y otros,
1999).
[8] El siglo dieciocho inglés se
había
caracterizado por el control de la prensa. Mediante la nueva
legislación
se modificaron las condiciones por las cuales los periodistas
podían
ser procesados por libelo y por otro instaura la libertad de prensa
(Weill,
1941).
[9] Especialmente con el tráfico de
mercancías
y de noticias creado por el comercio a larga distancia del
capitalismo
tardío.
[10] Vale aclarar que no era una prensa
apolítica
sino que presentaba la información política como
noticia
y su lógica como producto no era la del periódico
político,
sino la de una empresa comercial.
[11] Aún cuando su perfil fue de prensa
seria,
sus líneas de desarrollo en materia de infraestructura y
técnica
influyeron notablemente en sus competidores, incluso en los
periódicos
que se dirigían a otro tipo de público (Duarte, 1948;
Williams,
1971 y 2003; Ford, 1987; Barrera, 2004).
[12] Aún mantenía su
posición
de ventaja el periódico dominical (sobre todo en la isla) que
a
partir de 1820 adoptó un carácter y función
diferente
del diario debido a sus cualidades: era predominantemente un mosaico
misceláneo
cercano a otros productos del tipo de la literatura popular
(Williams,
2003).
[13] La primera etapa de la relación
entre
lo culto y lo popular se establece desde el siglo dieciocho en donde
adoptará
una nueva forma, especialmente, a partir de los dispositivos
provistos
desde la escuela primaria, la iconografía y la literatura de
cordel
(Martín-Barbero, 1984).
[14] De allí que el folletín
tenga
su propia historia, la cual trasciende lo propuesto para el presente
apartado.
[15] La fórmula de Pulitzer fue
predominantemente
seguida en Sudamérica (Barrera, 2004).
[16] Puntero hasta la Primera Guerra Mundial
(Barrera,
2004).
[17] En esta línea se destacan los
pioneros
trabajos sobre las canciones de Herder y los cuentos de los hermanos
Grimm
(Cirese, 1980).
[18] Esto ya ha sido mencionado en el apartado
anterior.
Los referentes teóricos que anteceden a la
contemporánea
discusión sobre la sociedad de masas no pueden quedar al
margen:
Tocqueville (1835-40), Stuart Mill (1859), Le Bon (1895) y Ortega
(1937),
entre los más destacados.
[19] Este proceso remite y se enlaza con los
mecanismos
de centralización política y homogeneización
cultural
del siglo dieciocho que, en su pretensión rompieron y
fragmentaron
la coherencia interior de las culturas populares. Ciertamente, la
constitución
de un Estado-Nación es incompatible con una sociedad
polisegmentaria
(Mauss, 1971), de allí que los particularismos regionales con
sus
complejidades grupales, familiares, fraternidades, rituales,
religiones,
festividades, etc. se constituyan como un obstáculo para la
unidad
nacional. La instalación de un modelo único y general
de
socialidad, es decir, una sola forma de
civilización
va a racionalizar el derecho de destrucción de las culturas
populares
(Martín-Barbero, 1984).
[20] Para profundizar ver el capítulo IV
de
Los medios a las mediaciones de Barbero (1987) y las obras del mismo
Le
Goff (1983, 1979) citadas en el apartado bibliográfico del
presente
trabajo.
[21] De todos modos, no hay que subestimar la
intención
de implantación cultural, aunque el mismo Hall aclara que
esta
es una observación delicada, pues en el momento mismo de
hacerla
uno se expone a que le acusen de suscribir la tesis de la
incorporación
cultural. El estudio de la cultura popular oscila constantemente
entre
estos dos polos del todo inaceptables: autonomía pura o
encapsulamiento
total (1984: 5).
|